Bonta contra Brakmar: las razones de la ira Info - 26/11/2021 - 20:00
Volver a la listaAl igual que un fuego que no deja de alimentarse, el conflicto que enfrenta a la ciudad blanca y la ciudad oscura perdura a lo largo de las eras y consume lentamente a todos los que se acercan demasiado a él. Forma parte tan integrante de la vida diaria de los doceros que ya ni siquiera se preguntan cuáles fueron sus orígenes. Había bastado una reciente e inesperada intensificación del odio para reavivar los recuerdos más profundamente enterrados...
Om’hega se despertó sobresaltada con la frente cubierta de sudor. Se había quedado dormida pocos minutos antes cuando un bufido seguido del penetrante graznido de un cuerbok la sacaron de su sopor.
Al otro lado de la ventana de su habitación, un miaumiau de pelaje negro se lamía la pata derecha, con una pluma enganchada entre las garras. El animal se estiró de arriba a abajo y saltó en dirección a la salida de una chimenea, donde aterrizó justo en el borde llevándose por delante algunas tejas que se estrellaron contra el suelo con un ruido estrepitoso.
—¡Minina! ¡Deja ya de montar tanto alboroto! —vociferó una vieja anutrof furibunda.
Para una vez que Om’hega conseguía cerrar los ojos más de diez segundos seguidos, vaya suerte la suya...
La pequeña xelor se sentó al borde de la cama y miró hacia fuera. La ciudad parecía tan tranquila cuando dormía. Pero no era más que una ilusión. Y ella lo sabía... El conflicto nunca descansaba. Desde hacía poco, el terror retumbaba por las calles. Era ensordecedor a pesar de ser inaudible. Era su presencia lo que impedía a Om’hega conciliar el sueño aunque, todo sea dicho, ella dormía con un ojo abierto ya desde bebé.
Om’hega agarró su vaso de la noche anterior y bebió un generoso trago de agua.
—¡Pfffff!
Junto con el líquido escupió a una pequeña arakna que le lanzó una mirada rerprobadora.
—¡Oye! No me mires así, nadie te había invitado a darte un baño en mi vaso...
El bichillo se sacudió el agua, lanzó un leve «¡mm!» de suficiencia, se dio media vuelta y se marchó, molesta.
Siempre había estado ahí, desde que tenía uso de razón. Cada vez que se metía en la cama, Om’hega sentía su presencia. Como si le despojase de las sábanas. Como si encendiese una luz cegadora o diese un violento portazo. Durante mucho tiempo, Om’hega pensó que era cosa de familia. A su madre y a su abuela también les había costado siempre conciliar el sueño. Ellas mismas decían que lo llevaban en los genes.
—Yo creo que es otra cosa. Creo que es algo más profundo.
Om’hega se levantó en dirección a la imponente librería que ocupaba media habitación.
—Ahora estoy segura. Hay algo que me impide dormir. Algo que nos impide dormir a todos los bontarianos.
La xelor tomó un libro tan macizo como vetusto. Saltaba a la vista que ya tenía sus años. El lomo estaba tan desgastado que algunas páginas solo seguían pegadas gracias a un endeble resto de cola. Om’hega pasó la mano delicadamente por la cubierta. Sus dedos reconocían el relieve del dibujo de la portada: el escudo de Bonta.
—Recuerdo mi ciudad... Tan hermosa. Tan orgullosa...
Om’hega se metió de nuevo en la cama y se puso el libro sobre los muslos. Era enorme. Cómo no serlo, cuando contenía un pasado tan pesado. Pasó de largo el prefacio, que ya se sabía de memoria, para ir directamente a su capítulo preferido.
3 DE AGUSTO DEL AÑO 25
La pequeña xelor esbozó una sonrisa. Ahí es cuando empezó todo. Bajo la influencia de Jiva, Pouchecot y Menalt, protectores respectivamente de los meses de javián, agusto y martalo, nacía una nueva ciudad luminosa que prometía paz y armonía.
Om’hega aún no había llegado al mundo. No obstante, hoy más que nunca, sentía una profunda nostalgia de aquella época... Las largas tardes escuchando a su abuela contarle la historia de sus ancestros sin duda tenían mucho que ver con eso.
Om’hega cerró los ojos y dejó que le vinieran los recuerdos...
—¿Qué le pasa a mi ratoncilla? ¿No puedes dormir?
—No me entra el sueño, abuelita...
—Hmm... Ya veo… ¿Quieres que te cuente la Historia? —le decía entonces la anciana con una sonrisa maliciosa.
Con el pelo desgreñado y los ojos cansados, la niñita aparecía como un animalillo por debajo de las mantas.
—Sí, porfi, abuelita, ¡vuelve a contármela!
Tres golpecitos en la rodilla y Om’hega se lanzaba a acurrucarse contra su abuela. Olía a jabón y a canela. Un aroma que nunca había olvidado, incluso cuatro años después de su desencarnación...
La xelor se sabía de memoria la historia de la creación de Bonta, la blanca, pero nunca se cansaba de oírla. Con su voz dulce y cascada, su abuela le hacía (re)vivir cada una de las etapas que habían conducido a la creación de la ciudad. La creciente amenaza del culto a Rushu... La decisión de enfrentarse a él, sin importar el precio. Las palabras de aliento de Jiva, cuya voz era tan potente que hasta los dioses podían oírla:
—Piedra tras piedra, lo que vais a erigir no es una simple ciudad. ¡Es vuestro futuro y el de vuestros hijos! ¡Un muro entre vosotros y el enemigo! Doceros y doceras, ¡Bonta, la blanca es la cuna de un futuro radiante y vosotros sois sus pioneros!
El clamor de la multitud y las trompetas de los heraldos cuando se colocó la última piedra. El banquete y su mezcla de apetitosos olores. La interminable celebración que duró toda la noche hasta el alba del día siguiente al son de las melodías de los trovadores.
Los gritos de alegría de los niños...
Cada vez que oía la historia, sentía como si ella también lo hubiera vivido.
Fue poco menos de un año después cuando empezó... Cada vez que quería sacar el tema, su abuela se fingía ausente.
—Ufff... La memoria me falla, chiquitina... ¡Ya no soy tan joven! Además, ya es hora de dormir. ¡Tu madre me va a dar un tirón de orejas si se entera de que sigues despierta a estas horas!
Y acto seguido tapaba a Om’hega con la manta, envolviéndola con todo su amor, y le daba un último beso en la frente. La niña esperaba a que su abuela hubiese cerrado la puerta para acercarse con paso sigiloso a la librería. Y se hacía febrilmente con el libro como si fuese un objeto prohibido.
12 DE SEPTANGO DEL AÑO 26: LA AURORA PÚRPURA
De lado a lado en una página doble, un grabado que representaba LA batalla. El ejército bontariano, noble, heróico, liderado por un Menalt lleno de determinación, arremetía contra el enemigo. Frente a él, una horda de brakmarianos desbocados, lanzas en ristre, se lanzaba al ataque.
Sobre el papel amarillento por los años, los ejércitos parecían cobrar vida para poder matar mejor...
Los gritos de los bontarianos. Los rugidos de los brakmarianos.
*****
—Recuerdo mi ciudad... Tan oscura. Tan sórdida...
El retumbar metálico de los pasos de los transeúntes llegaba hasta su habitación. El calor que despedían las rocas magmáticas también. Eran más de las doce y Dhaurys no podía dormir. Hay que decir que su ventana daba directamente a la Coraza. Probablemente el lugar más animado de Brakmar.
—¡Grahhh! ¡Mmmff! Pff...
La pequeña sram se empecinaba por enésima vez en abrir el cerrojo de su ventana, pero no había nada que hacer. Su padre la había cerrado diligentemente con un candado.
—¡¡GrrraaaaAAAAHH!! ¡¡Será fab'huritu de las narices!!
Dhaurys le propinó una violenta patada de rabia a un baúl, desperdigando un montón de juguetes por toda la habitación. Una figurita tallada en madera de abráknido oscuro llegó rodando hasta sus pies. Dhaurys se agachó para agarrarla. Se adivinaban los rasgos deOto Mustam, el dictador que reinaba en Brakmar y maestro de armas de su milicia, la misma en la que servía su padre desde hacía muchos años.
—Qué injusticia... —pensaba la niña haciendo rodar el objeto por la palma de su mano.
Fuera puntaba el alba. Dhaurys no había pegado ojo en toda la noche. Que ella recordase, nunca había dejado que el arenero la llevase demasiado tiempo al país de las pesadillas. Prefería vivir en el mundo, más real, que tenía lugar bajo su ventana...
Unas horas antes, como todos los días, le había suplicado a su padre acompañarlo fuera cuando cayese la noche.
—Papá, lo que pasa fuera ¿es bueno o malo?
—Ambos, hija mía, ambos...
—Quiero ir contigo. Estoy lista.
—Sabes muy bien lo que opino de eso, Dodó. Es demasiado pronto.
—¡Deja de llamarme así! ¡Ya no soy una niña!
El docero soltó una risotada.
—Igualita que su madre... —murmuraba él con la voz llena de una triste ternura. —Si estuviera aquí, estaría orgullosa de ti, no me cabe duda. Deja de refunfuñar y déjame que te cuente tu historia preferida.
Era una táctica infalible, incluso para una cabezota como Dhaurys. La niña se ablandó enseguida. Se sentó sobre las rodillas de su padre, lista para saborear cada detalle de la Gran Batalla. Cómo Djaul había conseguido enardecer a sus hombres para aplastar al enemigo. La adrenalina que aumentaba entre las filas de su ejército a medida que resonaban los cánticos patrióticos brakmarianos, pero también entre los que esperaban en el cálido confort de sus casas a que la victoria honrase a su pueblo.
Y luego, el momento fatídico cuando empezó de verdad lo serio. La invasión de las tropas de goblins desde los montes de Sidimote hasta las avanzadillas bontarianas. Los cabalgadores de karne, lanzados a la caza de los pocos supervivientes de la Orden del Corazón Valiente. La astucia del ejército de chafers. Y sin olvidarnos especialmente de...
Hyrkul, el guerrero negro...
El frágil cuerpecillo de Om’hega tiritaba sin parar. El dibujo del colosal guerrero negro Hyrkul blandiendo su espada, de la brotaba un fulgurante dragón sombrío, le provocaba siempre el mismo efecto. Se enrolló de nuevo bajo su manta asomando solo la cabeza y siguió leyendo.
El retrato de Menalt, representado como un héroe, abría un nuevo capítulo. La pequeña xelor había oído a menudo a su abuela alabar su valentía al no vacilar en deshacerse de su armadura para enfrentarse mejor a la infame criatura. El fuego blanco y el fuego negro reunidos en la lucha. Por desgracia, el centauro no sobrevivió, y tampoco los caballeros de la Orden del Corazón Valiente, que perecieron víctimas de los ataques de Hyrkul. Por suerte, los brakmarianos tampoco salieron victoriosos. Al menos no por esta vez...
Las tinieblas de aquella alba funesta eran tan insondables que los bontarianos creyeron que nunca verían el día amanecer. Pero finalmente dieron paso a una aurora de cenizas humeantes y rojizas que le valió el nombre deAurora Púrpura.
Desde aquel día, las dos ciudades más grandes del Mundo de los Doce no han hecho más que alternar periodos de guerra y de paz, dando al conflicto formas a veces inesperadas, como la de este intercambio epistolar de vocabulario florido entre Amayiro y Oto Mustam.
*****
Om’hega cerró el libro y se secó una lágrima que le caía por la mejilla. Una tristeza infinita se apoderó de ella. Estaba claro que nada de todo aquello pertenecía al pasado. Giró la cabeza hacia la ventana cuando le sobrevino la extraña sensación de que, en el fondo, la noche del 12 de septango del año 26 nunca había acabado realmente. En poco tiempo, algo se apoderó de los doceros hasta el punto de convertirlos en auténticos fanáticos. Los bontarianos más comedidos parecían haber enloquecido y defendían su ciudad con una saña que Om’hega no identificaba con los valores de su ciudad. Incluso los esfuerzos de los hipermagos por recuperar la paz eran en vano...
De pronto, la niña frunció el ceño. Un ruido de fuera había llamado su atención. Se destapó y se acercó a la ventana.
—¿Eh?
Un miaumiau negro se lamía la pata derecha, con una pluma de cuerbok enganchada entre las garras. El felino se estiró de arriba a abajo y saltó en dirección a la salida de una chimenea, donde aterrizó justo en el borde. En su torpeza, se llevó por delante algunas tejas que se estrellaron contra el suelo con un ruido estrepitoso
—¡Minina! ¡Deja ya de montar tanto alboroto!